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Voluntad de dominación

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¿Vosotros queréis vivir «con arreglo a la naturaleza»? ¡Oh nobles estoicos, qué engaño el vuestro! Imaginad una organización tal como la naturaleza, pródiga sin medida, indiferente sin medida, sin intenciones y sin miramientos, sin piedad y sin justicia, a un mismo tiempo fecunda, árida e incierta; imaginad la diferencia misma erigida en poder: ¿Cómo podriáis vivir conforme a esta indiferencia? Vivir ¿no es precisamente la aspiración a ser diferente de la naturaleza? Ahora bien: admitiendo que vuestro imperativo «vivir conforme a la naturaleza» significara en el fondo lo mismo que «vivir conforme a la vida», ¿no podriáis vivir así? ¿Por qué hacer un principio de lo que vosotros mismos sois, de lo que debéis ser? De hecho es todo lo contrario: al pretender leer con avidez el canon de vuestra ley en la naturaleza, aspiráis a otra cosa, asombrosos comediantes que os engañáis a vosotros mismo. Vuestra fiereza quiere imponerse a la naturaleza, hacer penetrar en ella vuestra moral, vuestro ideal; pedís que esta naturaleza sea una naturaleza «conforme al Pórtico», y querriáis que toda existencia no existiese más que a vuestra imagen, como una monstruosa y eterna glorificación del estoicismo universal. A pesar de todo vuestro amor a la verdad, os constreñís, con una perseverancia que llega hasta el hipnotismo, a ver la naturaleza desde el punto de vista falso, es decir, estoico, de tal modo, que no podríais verla de otro modo. Y, en fín de cuentas, vuestro orgullo sin límites os hace acariciar también la esperanza demente de poder tiranizar a la naturaleza, porque sois capaces de tiranizaros vosotros mismos, pues el estoicismo es una tiranía infligida a sí mismo, como si el estoicismo no fuese él mismo un pedazo de la naturaleza… Pero todo eso es un cuento más viejo que la eternidad: lo que sucedió en otro tiempo con los estoicos se produce hoy mismo desde el momento en que un filósofo empieza a creer en sí mismo. Crea siempre el mundo a su imagen; no puede hacer otra cosa, pues la filosofía es ese instinto tiránico, esa voluntad de dominación, la más intelectual de todas: la voluntad de «crear el mundo», la voluntad de la causa primera.

(…) 

(Nietzsche, Friedrich, en Más allá del bien y del mal)

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